lunes, 25 de mayo de 2009

LA NOCHE EN QUE LA LUNA SE TIÑÓ DE ROJO.


Las rejas de su celda se abrieron automáticamente con el característico sonido de los seguros abiertos por choque eléctrico. Ya empezaba a acostumbrarse a ellos, pero Federico Sanabria sabía muy bien que ésta sería la última vez que estaría en ese lugar de cautiverio.
Una voz grave le ordenó salir indicándole su lugar en la fila junto a otros internos. Lista en mano personal de la guardia de la O.U.M. como se hacían llamar ahora, pasaban por cada celda.

Federico empezó a mirar desesperadamente los rostros de sus compañeros de prisión, pero su hermano no estaba en la fila. Pensó en gritar su nombre pero se contuvo.
Algunos lloraban, otros parecían idos de la realidad y solo unos cuantos se miraban entre sí, sonreían con una mezcla de complicidad y resignación y se daban palabras de ánimo.
Un grito mandó a callarlos y de nuevo solo se escuchó la voz de la guardia llamando a lista.

Salieron al patio.

Era la primera vez en 45 días que sentía la brisa nocturna sobre su rostro, pero la agradable sensación se desvaneció en segundos con el hedor a muerte que envolvía el lugar.
El olor metalizado de la sangre mezclado con la inconfundible fetidez de las heces humanas por poco le hace perder la razón.

La imagen no podía ser más aterradora.
Decenas de guardias armados custodiaban el lugar.
Varios hombres visiblemente cansados esperaban junto a una pila de cuerpos humanos una volqueta que ingresaba en reversa en dirección a ellos.

En el lado Este de la plaza, se hallaba lo que parecía ser un puesto de control, con varios oficiales que fumaban, hablaban por celular y reían entre ellos. Junto al comando, unos toldos que albergaban al parecer personal médico. Y en el lado Oeste, la guillotina.
Algunos internos entraron en pánico pero fueron rápidamente reducidos, otros simplemente sollozaban.

-Dios por favor dame fuerzas-
Dijo en voz baja y pronto se dio cuenta que no era el único que oraba.

Con su hermano siempre en mente, Federico evitaba fuertemente mirar los cuerpos decapitados que yacían como bultos unos sobre otros, con el desesperado anhelo de que Alejandro estuviese entre ellos.
Entonces, de soslayo, alcanzó a distinguir una mano que de entre los cadáveres sobresalía. Sin duda era su hermano Alejandro. El lunar piloso en ella así lo confirmaba.
Su corazón latió tan rápido que pensó que se le partiría en dos.
Sintió deseos de llorar, de gritar, de reír, todo al mismo tiempo.

-Si él pudo, yo también puedo- dijo - "todo lo puedo en Ti, mi Cristo que me fortaleces"-

El sonido de la cuchilla que bajaba y golpeaba era más que persuasivo, pero al saber que su hermano había elegido aquella forma de morir, era una aliciente para seguir adelante con su decisión.

-¿Porqué una guillotina? ¿Porqué simplemente no nos disparan?-

Preguntó en voz baja un joven de 16 años junto a él

-Porque así está escrito- respondió Federico.

-1555 días- dijo otro hombre con mostacho canoso y cejas pobladas.

-¿Qué?- preguntó Federico

-Cuatro años, tres meses y cuatro días desde las desapariciones-

-llámalo por su nombre, El Rapto-replicó Federico.

-Hubiese sido más fácil si hubiéramos creído ¿No?- Agreró el hombre del mostacho, esta vez mirando la luna.

-"Preciosa es ante los ojos de Dios la sangre de todos sus santos"- citó Federico y agregó- Ahora creemos, hoy mismo estaremos con Él-

Alzó su mirada al cielo y observó con extrañeza la luna teñida de rojo*, ¿Estaba así antes? Se preguntó.

-¡Siguiente!- Gritó el oficial al otro lado de la mesa metálica.
-Su nombre, edad y nacionalidad para el registro- musitó entre dientes el teniente Yaroslav Petrov con un marcado acento extranjero y visibles señas de cansancio y hastío.

-Federico Sanabria, 27 años, Colombiano-

-ya sabe cómo es esto- le dijo el oficial sin mirarlo, concentrado en unos papeles sobre la mesa- La marca o la guillotina-

Federico Sanabria miró a la enfermera a su izquierda bajo el toldo que parecía mirarlo suplicante para que aceptara la marca, luego miró la guillotina y por último al teniente Petrov que esta vez lo miraba con parcialidad.

-Prefiero a Cristo- y Federico sonrió.






"...Se le concedió dar aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen de la bestia también hablara e hiciera dar muerte a todos los que no adoran la imagen de la bestia. Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les dé una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca: el nombre de la bestia o el número de su nombre." Apocalipsis 13: 15-17





* Joel 2:31


Por:
Mauricio Serna.

viernes, 8 de mayo de 2009

EL SECUESTRO






Se levantó como de costumbre luego de hacer pereza 15 minutos después del timbre. Abrió las cortinas y observó la maravillosa mañana soleada. Pensó en las miles de cosas por hacer, entre ellas, llevar a la pequeña Carolina a su clase de gimnasia que tanto le divierte. En eso, vio a Patricia, su odiosa vecina correr despavorida calle abajo con las manos ahogando sus sollozos.
Extraño contraste para un hermoso sábado que prometía ser un día para disfrutar.

-Habrá perdido de vista a su malcriado demonio-
Pensó Elizabeth, haciendo una mueca de indiferencia directo a la cocina.

Colocó a fuego lento la cafetera, y abrió la nevera:
-Hoy es día de huevos con tocino, mi osito...-
Dijo en voz alta simulando ternura con su hija que aún no se levantaba.

Miró el reloj. Faltaban 5 minutos para despertar a Carolina, así que fue a preparar la tina para un refrescante baño.

Encontrar la pijama de su esposo, tirada descuidadamente junto al sanitario, fue lo más extraño del mundo, si se tiene en cuenta la sico-rígida noción del orden que tiene Carlos y por lo que tuvieron algunas dificultades a comienzos de su matrimonio.

Pensó en dejarla ahí como evidencia del crimen, pero su amado esposo se había portado tan bien en su 10° aniversario, que lo mejor que podía hacer, era tenerle un delicioso almuerzo cuando regresara de jugar fútbol con sus amigos. Se dispuso a recoger la ropa cuando encontró entre la camisa el marcapasos que tres años atrás le habían colocado. Su argolla matrimonial estaba a unos cuantos pasos.
Su corazón se sobresalto y comenzó a pensar muchas tonterías.
Así que corrió a través del pasillo hacia el garaje. El carro estaba ahí.
Tomó el celular para llamarlo, pero una grabación computarizada le informó que las líneas estaban demasiado congestionadas para comunicarla.
Corrió hacia el teléfono inalámbrico, pero no tenía tono.
Escuchó la sirena de la policía pasar a lo lejos, y la voz de Patricia gritando: ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
¡Donde está! ¡Díganme quién se lo llevó!

Fue entonces cuando Elizabeth sintió que la vida se le iba. El terror se apoderó de su corazón y un extraño vacío en el estómago sacó su primer sollozo.
Entonces vomitó.
Sus ojos fijos en la puerta de su hijita, se nublaron ante las inevitables lágrimas que brotaron.
Un incontrolable temblor se apoderó de ella, y sintió que no sería capaz de llegar a ella.

Pensó encender el televisor cuyo control estaba a su alcance, pero la sola idea era tan estúpida, que no dudó en darse una bofetada lo suficientemente fuerte, para sacarla del estupor en que se encontraba.

Ya lo sabía, estaba más que segura, no necesitaba el canal de noticias, no era necesario el terror de los reporteros narrando las evidencias magnéticas que rodarían una y otra vez durante meses.
Era el secuestro. Como ella divertidamente lo llamaba.

Solo ocho pasos fueron suficientes para llegar a la habitación de su pequeña. Cada mueble en ese trayecto le sirvió para sostenerse.
Giró la cerradura y abrió la puerta. Sus ojos permanecieron cerrados tan fuerte que le dolieron, repitiéndose así misma que tan solo era una pesadilla. Sin embargo al abrirlos, vio lo que no quería ver.

"Entonces estarán dos en el campo; uno será llevado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino; una será llevada y la otra será dejada. Por tanto, velad, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene."
Mateo 24:40-42


Por:
Mauricio Serna.